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domingo, 3 de febrero de 2008

Una zona con problemas de saneamiento, caminería y alumbrado | La fragmentación social dificulta las políticas canarias | Cada vez son más los jubilados europeos que se instalan en Atlántida
La vecindad costera
La explosión demográfica de la Costa de Oro no para. Miles la usan como ciudad dormitorio o se instalan cuando se jubilan. Mientras, crece el cinturón de pobreza.

LUCÍA MASSA

Elida pasa tres días al mes arriba del ómnibus que la trae todas las mañanas de su casa en Salinas Norte hasta el apartamento de Pocitos en el que trabaja como empleada doméstica. Benvenuto nació en Alemania pero quiere morir en Atlántida. El balneario estrella de la Costa de Oro le parece "tan barato" que puede darse el lujo de vivir en una casa frente a la playa Mansa, con una impresionante vista al mar, por la que en su país no pagaría menos de dos millones de dólares, 10 veces más que acá. Roberto se jubiló y se instaló en la casa de veraneo de La Floresta, tiene tantas actividades que, en invierno, el día le queda corto.

Con historias diferentes, forman parte de las más de 45.000 personas que eligieron la Costa de Oro, no como destino turístico, sino como lugar de residencia. Cerca de 25.000 personas viven en Salinas y sus alrededores, 15.000 en Atlántida y los balnearios cercanos, y 7.000 desde La Floresta hasta el peaje Solís. Esta superficie costera, delimitada por los arroyos Pando y Solís, es una de las zonas del país que más creció. En la última década, los balnearios cercanos a Ciudad de la Costa, como Salinas, quintuplicaron su población. Canelones fue el segundo departamento que más creció en el periodo 1996-2004, sólo por detrás de Maldonado, con una cifra de 9,5% frente al 2,4% nacional.

Cada vez más gente convierte el destino turístico de Canelones en la ciudad dormitorio de Montevideo. O van a disfrutar de la jubilación en la casa que durante la vida activa usaron para veranear. Otros, viven permanentemente en la zona que la intendencia canaria etiqueta dentro del rubro "sol y playa". Y la mayoría busca terrenos baratos o se instala en asentamientos irregulares en el lado norte de la Interbalnearia, la zona que no está incluida en ningún recorrido turístico y que se está consolidando como cinturón de pobreza. Son historias diferentes con el común denominador de un territorio que se adapta como puede y sin planificación alguna a su nueva realidad de "residencia permanente".

Primera parada: km. 38.500, Salinas Norte

Antes, el letrero de "electricidad y pintura" colgado en la fachada de la casa, a Julio Malzoni le alcanzaba para que los clientes llegaran. Pero la competencia es feroz. El trabajo escasea. La escena que se repite todas las mañanas en la ruta Interbalnearia a la altura de Salinas es la de los hombres acompañado a las mujeres a tomar el ómnibus interdepartamental a Montevideo. Como Élida Núñez, la pareja de Malzoni, muchas de las mujeres que viven del lado norte de Salinas trabajan en el servicio doméstico.

Núñez es empleada doméstica en una casa de Pocitos. Los cuatro ómnibus diarios que toma le insumen tres horas y media. Forma parte de las 20.000 personas que viajan diariamente de Canelones a Montevideo, sólo en frecuencias de Copsa. La empresa tiene 400 salidas por día desde Montevideo hacia Ciudad de la Costa y Costa de Oro.

Malzoni y su mujer llegaron hace más de 10 años. Viven ocho cuadras al norte de la ruta, en una casa de material bien cuidada. Cuando se instalaron, se conseguía trabajo fácil. Pero las cosas cambiaron. "Hace 11 años en esta zona no había prácticamente nadie. Hoy, mira lo que es". Malzoni señala y hace un giro de 360 grados. Para donde uno mire, hay gente.

Los datos oficiales confirman la percepción de Malzoni. Hace 10 años vivían menos de 5.000 personas en la jurisdicción de la Junta Local de Salinas. El censo 2004 del Instituto Nacional de Estadística (INE) indica que residen 16.000 personas en la jurisdicción. Pero la junta local asegura que la población creció mucho más en los últimos tres años y estima que ya hay entre 23.000 y 25.000 habitantes residentes permanentes. Se distribuyen a ambos lados de la ruta Interbalnearia, en Remanso de Neptunia, Neptunia, Pinamar, Pinepark, Salinas, Marindia y el Fortín, según datos de la junta local. Y más de la mitad se instaló del lado norte.

Los servicios no alcanzan para tal avalancha demográfica. En toda la zona norte, las escuelas están saturadas; hay dos liceos y tres escuelas. Los cupos se quedan tan cortos que Primaria tiene previsto duplicar la oferta escolar al construir dos escuelas más, una en Pinamar y otra en Marindia Norte, asegura Salvador Bernal, secretario de la junta local de Salinas.

"Es un problema social enorme. La gente vino a instalarse en el lado norte porque se corrió la voz de que era barato vivir acá y que había terrenos para ocupar, pero es una ciudad dormitorio. Acá no hay fuentes de trabajo. Tenemos dos o tres aserraderos pero no dan demasiado trabajo", señala Bernal.

El éxodo no para. Una de las respuestas está en el precio de la tierra, que cuesta tres veces menos en el norte que en el sur. En Pinamar, por ejemplo, un predio estándar, del lado sur, vale 7.000 dólares. Del lado norte, pero cerca de la ruta, 4.000. Y el que esté dispuesto a vivir más lejos de la costa, a unas 10 cuadras de la Interbalnearia, pagará 2.000 dólares por un terreno de las mismas características que los anteriores, según la inmobiliaria Varela de Pinamar. A eso hay que sumarle los que llegan y ocupan terrenos privados.

Por el crecimiento explosivo, Copsa destinó ocho líneas que entran a la zona norte: el 8e7, 8e8, 707, 7e5, 705, 700,710 y 711.

El norte de la ruta Interbalnearia, desde el arroyo Pando hasta Solís, es una de las zonas de Canelones más delicadas a nivel social, en un departamento que tiene un 25,7% de pobreza y donde uno de cada tres niños de 0 a 4 años presenta problemas de aprendizaje. Según la Encuesta de crecimiento, desarrollo infantil y salud materna en Canelones, presentada en octubre por la Intendencia Municipal de Canelones, un 22% de los niños presentan problemas de rezago y otro 10% de retraso escolar.

La falta de servicios, en un balneario que creció sin planificación, se hace notar. Malzoni y su mujer pagan 2.600 pesos de contribución inmobiliaria y ni siquiera tienen alumbrado público. Hace ocho años llegó el agua potable. Creyeron que era el primer servicio de una larga serie. Fue el único. Del lado norte de Salinas, la forma que encontraron para paliar la oscuridad fue juntarse entre tres o cuatro vecinos y hacer una colecta para comprar un pico de luz, que colocaron, sin autorización, en la vía pública. Como electricista, Malzoni colocó varios de estos focos, que se "enganchan" a la red eléctrica. "Es un problema al que no le da respuesta ningún organismo público, por eso ni UTE ni la intendencia se quejan de que la gente se enganche", contó Malzoni.

Malzoni tuvo una camioneta que usaba como flete de mudanzas. Por culpa de los pozos, el tren delantero se le rompió tres veces. Del lado norte, hay calles con baches tan grandes que obstaculizan el paso. Es prácticamente imposible ir a más de 20 kilómetros por hora. "Tu pagás contribución, pagás patente de rodados y no la ves. En todo caso, la intendencia te tendría que pagar a ti por tener un vehículo y transitar por acá". Pero en el detalle de la factura de la contribución inmobiliaria aparece una "tasa de conservación de calles" que ellos pagan año a año. También figura un rubro denominado "Fondo de área balnearia". Malzoni asegura que "hace diez años que lo cobran, supuestamente para mejorar el balneario y no arreglaron nada".

Segunda parada: km. 38.500, Salinas Sur

Del otro lado de la ruta, la situación económica de las familias mejora y eso queda en evidencia con la cantidad y variedad de negocios. La calle del gran arco de mampostería que se ve desde la carretera, se llama Julieta. Es la principal aunque el verdadero centro comercial de Salinas queda sobre el margen sur de la ruta Interbalnearia. Hay supermercado, panadería, ciber café, farmacia, barraca, juguetería, policlínicas y óptica. Otros negocios se ubican sobre la calle principal. Incluso el BPS tiene una oficina donde se puede cobrar la jubilación sin viajar a Montevideo. De todas formas, sus habitantes siguen esperando que llegue un cajero automático.

La zona comercial ubicada sobre las banquinas de una carretera supone un peligro para los balnearios anteriores a Atlántida, extendidos a ambos lados de la Interbalnearia. En Julieta, un cartel anuncia: "para cruzar la ruta descienda de la bicicleta". Visto desde afuera, el cruce elevado que hay en la entrada de Salinas parece una buena alternativa. Esa perspectiva cambia si uno se detiene a mirar las escaleras. Los dos tramos de escalones angostos y bien empinados no son aptos para personas mayores, con problemas para caminar ni tampoco para colgarse la bicicleta al hombro.

Es el sello de fábrica de una zona que se pobló sin que mediara ningún tipo de planificación y paga todos los días las consecuencias de la falta de servicios. "Se han hecho cosas sin programar, sin prever lo que podía pasar, capaz que algún día hay que hacer una ruta alternativa para ir a los balnearios o cruces por abajo de la ruta", señala Bernal.

Aunque el paisaje cambia completamente entre norte y sur, hay algunas constantes. Por ejemplo, la falta de saneamiento y el pésimo estado de la caminería. No es necesario recorrer demasiado. Sobre el costado sur de la ruta Interbalnearia, a la altura de la calle Diana, hay por lo menos 80 pozos en una sola cuadra.

En su escritorio en la Junta Departamental, Bernal muestra una montaña de hojas apiladas. Son sólo los reclamos por alumbrado público. Eso sin contar las quejas mano a mano de los contribuyentes que cada mañana hacen cola para hablar con él.

"Vas a reparar un farol y no hay quién pueda sacar un tornillo porque están todos los portalámparas podridos. Todo está deteriorado. Acá la gente viene mala porque piensa que, como cambió la intendencia, nosotros tenemos una varita mágica. Y esto va a llevar años". Bernal sostiene que a los problemas económicos y financieros que venían de la administración de Tabaré Hackenbruch, hay que sumarle el mal estado de las máquinas de la intendencia.

"Por más que la intendencia puso otra vez los talleres en funcionamiento, con una máquina sin cuidar durante tanto tiempo, te pasás en el taller. Cuando no se le rompe el motor, se le rompe la trasmisión".

Estos problemas distraen la atención de un debe histórico: el saneamiento. En mayo pasado, la intendencia anunció una inversión de 172 millones de dólares para las obras de saneamiento, pluviales y de vialidad en Ciudad de la Costa. Pero para los territorios más hacia el este no hay nada previsto.

Cuando asumió, el intendente Marcos Carámbula dijo que lo primero que iba a hacer era "poner la casa en orden". Recibió la intendencia con un déficit de 86 millones de dólares en deudas con empresas proveedoras y organismos públicos, eso sin contar lo que debía por los juicios perdidos durante la administración anterior. Sólo en indemnizaciones, la administración Carámbula ya desembolsó 45 millones de dólares, asegura Nora Rodríguez, edila del Nuevo Espacio. Aunque mantiene un "presupuesto sin déficit, equilibrado", las deudas "siguen siendo millonarias", asegura.

Hoy, el 40% de los contribuyentes de Canelones no pagan los impuestos. La morosidad es otro de los problemas que enfrenta la Junta Local. Bernal reconoce que faltan rubros y que es difícil dar la respuesta que la gente espera. Él mismo tiene que afrontar los recortes. El mes pasado la intendencia le rebajó a la mitad el presupuesto para gastos de funcionamiento de la Junta. Tenía una caja chica de 10.000 pesos. Ahora cuenta con 5.000 pesos mensuales para los gastos de funcionamiento de una Junta que atiende a casi 25.000 personas.

A diferencia de Atlántida, la oferta turística de Salinas es casi inexistente. No tiene hotel. Apenas hay dos restoranes y un camping chico. Tampoco tiene cine. No hay plaza de deportes ni pubs ni discotecas. La falta de espacios se convierte en un problema social grave para los jóvenes. La Junta Local niveló un predio municipal y le puso dos arcos para paliar el problema con una cancha de fútbol improvisada. En una ciudad con decenas de miles de habitantes, el único lugar que encuentran los jóvenes para juntarse es el cantero de la calle Julieta. ¿Qué hacen ahí? Sentarse, comprar una cerveza y ver pasar a las caras conocidas.

Son las tres de la tarde y el calor aprieta. Pero a Fernando y Guillermo no parece importarles. Están sentados en plena calle. El desencanto se palpa en la charla de cantero. Federico tiene 19 años y hace 18 que vive en Salinas. Sabe que es un privilegiado porque durante un año pudo viajar todos los días a Montevideo a estudiar en la escuela de construcción. "El que tiene para el ómnibus todo bien, pero si no te alcanza para pagar el boleto estás muerto acá".

Es lo mismo que sostiene Guillermo. Tiene 17 años y hace cinco se vino con su familia desde el barrio de La Teja. Dice con la seguridad de un adulto que apenas pueda se vuelve a Montevideo. "En verano está bien acá, pero en invierno te querés morir. No hay nada para hacer, no hay trabajo, a no ser que consigas una changa para trabajar en el negocio del padre de un amigo. Además, siempre ves las mismas caras, la misma gente, yo sé que me voy a ir".

La falta de perspectiva para los jóvenes podría anticipar un proceso migratorio en sentido inverso. A la falta de espacios donde divertirse, se le suma la ausencia de oportunidades para seguir estudiando. Es uno de los problemas que más preocupa al secretario de la Junta. "Hay que darle oportunidad a los jóvenes. Acá precisaríamos urgente una escuela UTU. Una que brinde cursos cortos, de soldadura, de refrigeración, de jardinería, cursos que den una salida laboral a los jóvenes". Bernal señala que el problema de desempleo deriva cada vez más en casos de adicción a las drogas.

Otro tema que preocupa es el de la inseguridad. Ante el incremento de robos con armas de fuego y copamientos, el 2 de diciembre, agrupaciones de comerciantes y vecinos salieron a recorrer las calles con un altoparlante para convocar a los vecinos a movilizarse contra la inseguridad. La última semana de noviembre habían baleado al propietario de un pequeño almacén, que resultó herido de dos disparos. Además, por esos días, otro hombre, que era conocido como reducidor, apareció muerto a puñaladas en lo que algunos interpretaron como un acto de justicia por mano propia.

En lo que va del año hubo cuatro copamientos, asegura Sergio Trigo, integrante de una de las comisiones de vecinos que se moviliza en contra de la inseguridad. "Los robos son una cosa. La gente los va soportando de una forma u otra. Pero la situación explotó cuando aumentó la agresividad, aparecieron los copamientos y, sobre todo, el incremento en el grado de violencia", dijo Trigo.

Así, consiguieron que se cambiaran las autoridades de la seccional. También obtuvieron 15 policías nuevos. "El problema es que la edad promedio es de 19 años, son recién egresados", sostiene Trigo. Y les dieron dos automóviles más, una camioneta y un patrullero. Pero, según Trigo, como no había efectivos que supieran manejar, "hubo que devolver uno".

Tercera parada: kilómetro 45, Atlántida

Cuando Enrique Bianchi tiene que explicar por qué decidió vivir en Atlántida, responde casi automáticamente: "Esta tranquilidad me enamoró". Es lo que repiten todos los que viven en la Costa de Oro. La respuesta, que puede sonar a lugar común, en el caso de alguien que vive en Atlántida esconde unas cuantas verdades. Es el balneario que tiene la mejor infraestructura de toda la costa. Cuenta con dos escuelas (al sur y norte de la Interbalnearia), un liceo, un local de UTU, grandes superficies como el hipermercado Tienda Inglesa, una sucursal del Banco República. Aunque el hospital más cercano queda en Pando, tiene policlínicas, servicios de emergencia y farmacias. Además, hay restoranes y comercios de todo tipo abiertos todo el año. Hasta el casino permanece abierto durante el invierno.

Los buenos servicios son la cara visible de una industria turística que funciona. Solamente los turistas extranjeros dejaron 12.800.000 dólares en la Costa de Oro en 2006. La cifra subió a 15 millones en 2007, según datos del Ministerio de Turismo. El año pasado llegaron 60.000 turistas de otros países.

Fuera de temporada, viven 15.000 personas en la jurisdicción que abarca Villa Argentina, Atlántida, Parque del Plata y Las Toscas, según el INE. Sólo en Atlántida, sur y norte, residen 6.800 personas. Eso lleva a que no sea ni remotamente tan solitario como los balnearios de más hacia el este. Y cada vez se instala más gente. "Cuando nosotros llegamos, en invierno vivíamos sólo tres en la cuadra, hoy vive gente fija en todas las casas de la cuadra", sostiene Bianchi.

"Es claramente un fenómeno de los últimos 10 años", señala Susana Prats, directora de Turismo de la Intendencia Municipal de Canelones. "Las posibilidades que da Internet pero también el transporte, que cada vez es más rápido y hay más frecuencias, lleva a que la gente use Atlántida como ciudad dormitorio, es un fenómeno que se incrementa cuanto más uno se acerca a la Ciudad de la Costa".

Las escuelas de Atlántida tampoco dan abasto para atender las necesidades de los nuevos residentes. La escuela de Estación Atlántida y Estación Parque del Plata, ubicadas del lado norte de la ruta Interbalnearia, duplicaron la matrícula en la última década, según fuentes de Secundaria. Otra vez, donde más se nota el crecimiento de la población es del otro lado de la ruta.

Prats explica que la mayoría de los que viven en Atlántida, tienen un trabajo fijo también en el balneario. Es el caso de Bianchi. Por trabajo, le tocó vivir en 11 puntos diferentes del país. En 1985 llegó a Atlántida y le gustó tanto que supo que era el destino final. Se instaló con su esposa y sus dos hijos en una casa modesta, de un living con un cuarto y un baño.

Hoy, el living mide 35 metros cuadrados y la casa tiene tres cuartos, un escritorio, un depósito, dos cocheras y barbacoa. Fue inspector de escuelas y vende libros. Como muchos de los que viven en la Costa de Oro, para Bianchi el verano no implica sol y playa sino una oportunidad para hacer dinero. La estrategia de la pareja siempre fue muy clara. En verano alquilaban la casa y se mudaban a otra, más barata. Todo lo que se sacara por la diferencia entre los dos alquileres iba para las ampliaciones de la casa.

A Bianchi no lo deprime la soledad del invierno. "A la gente que me pregunta qué hago en Atlántida cuando no es temporada, yo le contesto: `lo mismo que vos`. Me quedo en casa, prendo la estufa, tengo la mejor leña bien cerca, salgo a juntar piñas para prender fuego rápido y tengo todos los servicios que necesito". Lo que no le gusta nada de la soledad es la inseguridad que acarrea. Ese es el gran problema del invierno. En los últimos cinco años, robaron todas las casas de la manzana de Bianchi, que vive en la calle 22 y Pinares. "Una vez, nos robaron estando nosotros adentro. Y otra vez durmió un ladrón en la barbacoa. En esta manzana no queda una casa que no hayan robado. Y acá, a una cuadra de casa, hubo un copamiento".

Para hacerse una idea de lo que pasa en invierno, en agosto del año pasado la seccional de Atlántida recibió 17 denuncias de hurtos a domicilios particulares, más de un robo cada dos días. El subcomisario Héctor González reconoce que sufrió la falta de recursos. El invierno pasado tenía dos patrullas para vigilar la seguridad de 8.000 personas. Durante 2007, en Atlántida procesaron a 29 personas, "la gran mayoría de ellas por hurto". "Fue el año que tuvimos más procesamientos desde que yo llegué acá, en 2005", explica González. De todas formas, el subcomisario es optimista. Espera que los recursos que llegaron a la seccional con el dispositivo que implementa el Ministerio del Interior para cuidar la seguridad en temporada, denominado Verano Azul, se mantengan durante el invierno.

Cuarta parada: km. 53.500, La Floresta

Cuando Roberto Baqué y su mujer compraron casa en La Floresta sabían que además de una residencia de verano estaban eligiendo el lugar donde querían vivir una vez que se jubilaran. Hace más de 30 años que tienen la casa en la que residen de forma permanente desde hace cinco. Baqué logró llevar a la práctica lo que todos dicen y pocos hacen: aprovechar el tiempo libre de la jubilación para hacer lo que uno siempre soñó. A los 66 años pinta óleos, fabrica títeres, cuida a sus nietos y aprende computación. "No soy de los que se quedan tirados mirando la televisión. Es necesario moverse. A mí no me dan las horas del día".

Aunque no se manejan cifras oficiales, a La Floresta llegaron tantos jubilados que la Liga de Fomento decidió abrir un club destinado exclusivamente a la tercera edad. Vivir ofrece un lugar de reunión y dicta cursos con la objetivo de "evitar el aislamiento". "Se han implementado políticas porque había gente que venía a vivir acá y no salía de su casa", señala Edwin Bentancor, secretario general de la Liga de Fomento de la Floresta.

Es un fenómeno del este de la costa de Canelones. Cuanto más uno se aleja de Montevideo, desciende la cantidad de habitantes o personas que usan la Costa de Oro como ciudad dormitorio y aumentan los jubilados.

En toda la jurisdicción, que abarca desde La Floresta hasta el peaje Solís, viven 6.700 habitantes, 3.000 del lado norte. Incluye a los balnearios Costa Azul, Bello Horizonte, Guazu Virá, San Luis, Los Titanes, La Tuna, Araminda, Santa Lucía del Este, Biarritz, Cuchilla Alta, Santa Ana, Balneario Argentino y Jaureguiberry. La población de esa zona, según estimaciones de la IMC en base al servicio de recolección y OSE, se multiplica por diez y alcanza los 70.000 habitantes en temporada.

La Floresta, que cuenta con 1.100 habitantes permanentes del lado sur, tiene características marcadas que lo distinguen del resto de la Costa de Oro. Por un lado, se construyó sobre hormigón, ya en el año 1951. Esa infraestructura lleva a que no tenga pozos, una diferencia notoria con el resto de los balnearios. Por otro lado, se lo califica como el balneario "intelectual" de Canelones. La apuesta hacia el "turismo cultural" tiene que ver con una política decidida de la Liga de Fomento de La Floresta. La actividad más destacada es la Bienal Internacional de Escultores. Las esculturas finales de ese encuentro se colocan en los espacios públicos, las plazas y la rambla de La Floresta, en lo que se denomina el Paseo de las Esculturas.

Muchos consideran que La Floresta tiene lo mejor del este pero también de Atlántida. "El nicho de La Floresta no es el alboroto de Atlántida ni la tremenda tranquilidad y la falta de servicios de más al este. Está en el medio. Son los mejores servicios de la zona y la tranquilidad y el ambiente familiar", señala Bentancor.

La Liga de Fomento de La Floresta se destacó desde siempre por ser muy activa. Es por eso que Baqué tiene actividades para a hacer todo el año. En convenio con la Junta Local de La Floresta, abrieron un Centro Cultural que cuenta con una biblioteca con más de 9.000 libros y cinco computadoras, con acceso gratuito a internet excepto para juegos. En ese centro, Baqué aprovechó el tiempo de la jubilación para aprender computación. Baqué, que trabajó 44 años como visitador médico, se define también como titiritero. Por eso, se sacó las ganas y dictó un taller de títeres en el centro Vivir. Crearon los títeres y también los textos de las obras que interpretaron en escuelas de la zona.

A pesar de la buena infraestructura de La Floresta, el lado norte de la jurisdicción repite el patrón de pobreza. Miguel Ángel Noblía, secretario de la Junta Local de La Floresta, explica que se trata de "pequeños cascos urbanos" que se formaron "en la última década". Excepto Estación Floresta, un pueblo consolidado y antiguo, son poblaciones nuevas con problemas sociales. A Noblía le preocupa la total falta de servicios en una zona que nadie previó que se fuera a poblar. Aunque es común que en el norte se instalen pequeños almacenes en los garages de casas de familia, Noblía cuenta que hay lugares en los que "hasta para comprar un litro de leche es necesario cruzar una ruta nacional".

Una vez más, como a lo largo de toda la Costa de Oro, la ruta Interbalnearia fractura dos realidades que en el resto del país viven más separadas. De un lado, los que tienen tiempo libre para disfrutar del verano y aportan parte de los 400 millones de dólares anuales que genera el turismo interno.

Del otro, tiempo libre del que angustia porque no hay trabajo ni alternativas en un territorio etiquetado como destino de "sol y playa" y convertido en un nuevo cinturón de pobreza.

Una costa sin identidad

"Hacés un parque, plantás arbolitos y no lográs que los vecinos rieguen esas plantas. Y si uno de los arbolitos se cae o se está por quebrar, nadie le pone un piolín, nadie le pone un tutor", señala Salvador Bernal, secretario de la Junta Local de Salinas. La falta de identidad y la fragmentación de la Costa de Oro es uno de los factores que destacan prácticamente todos los entrevistados.

En el caso de Salinas, Bernal cree que la falta de identidad se debe a que sus habitantes emigraron de otro lado y eso "no genera vínculos con la comunidad".

En la jurisdicción del este de la Costa de Oro, el problema es la falta de comunicación entre los distintos actores sociales. Tiene que ver con la forma del territorio. La Junta Local de La Floresta abarca 30 kilómetros sobre la costa con más de 20 urbanizaciones y 50 o 60 organizaciones sociales. "A nivel de ediles, dividimos la zona en tres, de manera de tener un vínculo más directo. Es un territorio con una atomización impresionante", asegura Miguel Ángel Noblía, secretario de la junta.

Para paliar la falta de identidad canaria, la intendencia utiliza incluso el logo nuevo. Son dos manos que abrazan al sol, simbolizadas por el campo y el mar. "La población rural se siente canaria pero el que vive en Atlántida sólo se siente parte del balneario".

De todas formas, el nombre elegido por la intendencia, que se promociona como "Comuna Canaria", genera algún inconveniente a nivel del turismo. "A veces se nos complica un poco porque nos confunden con las islas canarias", reconoce Prats.

Colonia de alemanes

"Willkommen in Atlántida, der erste historische Badeort Uruguays. Er liegt 45 Km. von Montevideo entfernt, und ist durch leichte Verkehrsverbindungen zu erreichen". Esa es la bienvenida que da Benvenuto Bernardi a sus compatriotas alemanes cuando ingresan a la página web www.atlantida-inmuebles.com.

Bernardi llegó de Alemania hace tres años y se instaló en Atlántida. Es orfebre pero como "en Uruguay nadie compra joyas por los robos y porque son caras", puso un pequeño hotel en su casa y una inmobiliaria. Forma parte de la colonia de alemanes que se está instalando en Atlántida. Algunos la eligen para pasar sus años de jubilados. Otros, como Bernardi, hacen negocios desde la Costa de Oro hacia el resto del mundo.

A través de la página web de la inmobiliaria, recibe entre ocho y 10 consultas de extranjeros que analizan la posibilidad de instalarse en Atlántida. Se trata, sobre todo, de alemanes, ingleses y estadounidenses.

"Con muy poco dinero, aquí se vive de lujo", asegura Bernardi. Él se compró una de las casas más lindas de la rambla de la Playa Mansa y no piensa irse. "Una casa como estás frente al mar en Europa vale dos millones de dólares y para mí, aquí está lindo". En Uruguay vale 10 veces menos.

Muchos de los que consultan ya piensan en el momento de retirarse. Bernardi señala que en Atlántida hay por lo menos 20 parejas de alemanes jubilados viviendo parte del año. Las conoce porque le vendió propiedades a cuatro de esas parejas. "Gastan entre 80.000 y 100.000 dólares en la casa que compran. Trabaja la pareja, 25 años cada uno, y probablemente anden con 2.000 dólares mensuales de jubilación. Con eso, aquí tendrán tranquilidad y algún lujo", señala Bernardi. El primer factor en la elección es el precio. Bernardi cree que, además, los alemanes eligen Atlántida porque es tranquilo pero a la vez tiene buenos servicios y, en distancias germanas, el aeropuerto de Carrasco está "muy cerca".

También conoce a otros europeos que, como él, se instalaron en Atlántida para trabajar. Cada vez son más los que se compran chacras sobre la ruta 11. Conoce a otro alemán que fabrica ventanas de plástico, de alta calidad. Importa los perfiles desde Brasil y hace los montajes acá. Otra familia de alemanes cría alpacas y exporta la lana.

El caso más conocido es el de Heinz Zirbesegge, un austríaco que desarrolla productos para nada tradicionales desde el establecimiento "El Gringo", una chacra ubicada en la ruta 11. Lo más conocido es el aceite de semillas de zapallo pero también produce snacks de semillas tostadas o cubiertas de chocolate. El aceite lo exporta a un distribuidor que trabaja con los mejores restoranes de París.

También cosecha frambuesas de distintas variedades. Vende la fruta fresca, la pulpa y el jugo concentrado. Sus principales compradores son los cruceros que llegan al Puerto de Montevideo.

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